Un extenso análisis de 400 estudios científicos, postula a la música como una de las más grandes herramientas medicinales que tenemos; ojalá esto detone una nueva era médico-musical.
Hace unos 2500 años, Platón advertía que “La música es una ley
moral. Dota de alma al universo, de alas a la mente, permite a la imaginación
volar, da encanto y alegría a todas las cosas, a la vida misma”. Pero entre las
bondades que adjudica acertadamente a este arte, uno de los grandes iniciados
de la antigua Grecia olvidó mencionar que también, como dice el viejo adagio,
la música es medicina.
Recientemente publicamos una serie de beneficios que la música aporta a
nuestra mente, entre ellos mitigar la
ansiedad y acentuar la alegría. Sin embargo, de acuerdo a un nuevo análisis de
400 reportes científicos anteriores, el cual realizaron psicólogos de la McGill
University, en Canadá, parece que hoy tenemos argumentos contundentes para
postular a la música como una efectiva herramienta de sanación.
Curiosamente, al menos desde que el hombre tuvo acceso a
reproducir música con cierta autonomía, supongo que mediante el
fonógrafo, la música ha sido uno de los medicamentos que mayor
auto-prescripción han inspirado. ¿Cuántos de nosotros no recurrimos
cotidianamente a incentivar o matizar un estado anímico, para calmarnos o para
excitarnos, dosificándonos con un cierto track para ello? Y si bien desde hace
tiempo se emplean estímulos musicales dentro de contextos médicos, por ejemplo
para favorecer la relajación o disminuir el dolor físico, lo cierto es que
hasta ahora este era un recurso de algún modo ‘intuitivo’.
Las conclusiones obtenidas a partir de este extenso análisis fueron publicadas por Mona Lisa Chanda y Daniel Levitin, bajo el título The Neurochemistry of Music. Los autores lograron identificar cuatro áreas médicas en las que la música puede servir concretamente:
1. Recompensa, motivación y placer: por ejemplo, ayudar a tratar
desórdenes alimenticios.
2. Estrés: reducir ansiedad.
3. Inmunidad: fortalecer nuestro sistema inmunológico
4. Afiliación social: facilitar la construcción de lazos afectivos
y la cooperación.
Dichas áreas están conectadas con sus respectivos sistemas
primarios neuroquímicos: dopamina y opiáceos, cortisol, serotonina y oxitocina.
Entre el acervo de estudios que determinaron diversas bondades neuromusicales, Chanda y Levitin reportan, por ejemplo, quince estudios que prueban que la música relajante reduce la presencia de cortisol (la hormona que produce el estrés) en las personas. También citan otra investigación que confirmó que participar en sesiones colectivas de percusiones revierte ciertos efectos del envejecimiento. Pero tal vez el más preciado ‘re-descubrimiento’, es un estudio donde se prueba que aquellos pacientes que escucharon música placentera previo a recibir una cirugía mostraron menores niveles de ansiedad incluso frente a aquellos pacientes a quienes se dosificó Valium en circunstancias similares.
Esto último sugiere la posibilidad de que la música se consolide
como una herramienta terapéutica en sustitución de las decenas de fármacos que
en la actualidad se consumen masivamente (anti-depresivos, ansiolíticos, etc),
eludiendo así los efectos secundarios de estas sustancias y evitando que
familias desembolsen sistemáticamente dinero para surfear el ánimo en esta era
de la post-post modernidad.
Creo que el gran valor de este análisis que repasa cientos de
estudios sobre la relación entre mente y música, es que no solo atrae
nuevamente el reflector a las virtudes terapéuticas del ‘arte del sonido’, sino
que realmente podría inaugurar una era de medicina musical, en la cual este
instrumento se adopte no solo como complemento, sino como un elemento
protagónico en distintas circunstancias y procesos médicos.
Desde hace varios años abandoné relativamente el hábito de
escuchar la radio. Mi argumento ha sido que, al reconocer una significativa
influencia de la música en mi estado de ánimo, era absurdo legar esa
responsabilidad a un tercero. Los días melancólicos en los que quiero penetrar
aún más ese estado, entonces recurro, por mencionar un ejemplo, a música de
Cocteau Twins o las suites para chelo de Bach. En cambio, si lo que quiero es
hackear esa tendencia anímica, para envolverme en un animo proactivo, entonces
me receto algo más en la línea de Violent Femes o incluso el Papua Nueva
Guinea, de FSOL. Si la premisa es la oneironáutica, me incentivo con algo como
Casino Versus Japan, y si lo que necesito es una sanadora introspección
entonces me voy por algunas piezas de dark ambient. Para nutrir la noche con
ligereza despierta prefiero el jazz, tal vez Coltrane, si se trata de invocar
lucidez entonces opto por Biosphere o los selectos trabajos ambientales
de Aphex Twin, pero si lo que necesito es, en cambio, un poco de arrojo nihilista,
entonces no dudo hacer sonar a Velvet Underground.
Independientemente de tus gustos musicales (supongo que la mejor
es la que más te gusta), el punto es aprovechar, pragmáticamente, las virtudes
de la música como herramienta de modulación anímica, ejercicio que ahora ha
sido re-confirmado por la ciencia, y que en la práctica ha resultado siempre
deliciosamente efectivo.
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