Cada vez que hablaba con mi amigo Muley era como hacer un viaje a lugares desconocidos. Todas las cosas que me contaba eran nuevas para mí y procuraba imaginármelas, aunque algunas me resultaban muy difíciles.
Muley estaba sorprendido de cosas que para mí eran normales. ¿Cómo iba yo a sentir sorpresa porque el agua saliera de un grifo? ¿Por qué me iba a extrañar de tener un cuarto de baño en mi casa o una habitación solo para mí? Sin embargo, a mí me resultaban sorprendentes otras cosas. ¿Cómo imaginar una ciudad en medio del desierto?, o ¿por qué vivían de aquella manera, sin cuartos de baño ni bañeras, ni televisión?
Había cosas que no entendía y que él tampoco sabía explicarme. A Muley le gustaba enseñarme palabras en su idioma y cuando yo las repetía se partía de risa. Yo entonces me vengaba y, cuando él repetía las palabras que yo le enseñaba, también me echaba a reír, aunque me sorprendía lo bien que las pronunciaba.
Con él aprendí dónde estaba el Sahara, lo que era el desierto, lo que era una jaima, pero sobre todo a valorar algunas cosas que yo tengo y que me parecen normales.