Cierta noche, un granjero creyó oir ruido en su jardín. Observó que un joven estaba trepando a uno de sus árboles con el fin de robarle los frutos. En silencio, se dirigió al establo, tomó la escalera, la llevó bajo el árbol y la colocó en el tronco para que el joven intruso pudiera descender sin peligro. Regresó a su cama sin que nadie lo notara. El corazón del granjero, vaciado de yo y de posesión, no podía pensar en otra cosa más que el riesgo sufrido por el joven ladronzuelo.
Thomas Merton.
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