Páginas

martes, 30 de abril de 2013

Cuento: "Una ciudad en la arena"

Cada vez que hablaba con mi amigo Muley era como hacer un viaje a lugares desconocidos. Todas las cosas que me contaba eran nuevas para mí y procuraba imaginármelas, aunque algunas me resultaban muy difíciles.
Muley estaba sorprendido de cosas que para mí eran normales. ¿Cómo iba yo a sentir sorpresa porque el agua saliera de un grifo? ¿Por qué me iba a extrañar de tener un cuarto de baño en mi casa o una habitación solo para mí? Sin embargo, a mí me resultaban sorprendentes otras cosas. ¿Cómo imaginar una ciudad en medio del desierto?, o ¿por qué vivían de aquella manera, sin cuartos de baño ni bañeras, ni televisión?
Había cosas que no entendía y que él tampoco sabía explicarme. A Muley le gustaba enseñarme palabras en su idioma y cuando yo las repetía se partía de risa. Yo entonces me vengaba y, cuando él repetía las palabras que yo le enseñaba, también me echaba a reír, aunque me sorprendía lo bien que las pronunciaba.
Con él aprendí dónde estaba el Sahara, lo que era el desierto, lo que era una jaima, pero sobre todo a valorar algunas cosas que yo tengo y que me parecen normales.
 
Un buen día, cuando llevaba quince días viviendo en casa, me dijo:
—Nacho, estoy un poco triste, me acuerdo de mis padres, de mis hermanos, ellos siguen allí, en el desierto, y yo aquí pasándomelo tan bien.
—No te preocupes -le dije yo-, ellos te han mandado aquí porque saben que estás bien y que vas a conocer cosas nuevas.
—Pero a veces pienso: «¿Y si no vuelvo y me quedo aquí a estudiar?».
Muley estaba hecho un lío, por un lado le gustaba estar en su tierra, con su familia y amigos, pero también sentía que aquí era todo más fácil y cómodo. Allí la vida era muy dura. Entonces le dije:
—Si quieres hacemos un cambio, tú te quedas aquí en mi lugar y yo me voy a conocer el Sahara.
Muley no me dijo nada y se rió. Me daba cuenta de lo que sentía y quería ayudarle pero no sabía cómo, de modo que pregunté a mi padre cuando fue a darme el beso de buenas noches:
—Papá, ¿no podemos hacer algo para que Muley se quede aquí después del verano?
—No, hijo, no, él tiene que volver con los suyos -me contestó.
—Pero papá, ¿por qué tiene que volver? Tú mismo has dicho que allí no podrá aprender lo mismo que aquí.
—Nacho, él es de allí, y debe crecer en su tierra, junto a sus padres y hermanos, para que, cuando sea mayor, pueda ayudar a su pueblo.
—Pero… —Se acabó la conversación.
Esas eran las palabras que decía mi padre cuando no quería seguir hablando. Yo me quedé pensativo y, cansado de tanto jugar y correr, me dormí. Soñé con Muley, le vi cargando cacharros con agua, le vi cubierto con una túnica del mismo color de la arena, vi las casas de adobe y las jaimas donde vivían, le vi sentado en un banco de madera sin respaldo, escribiendo con un lápiz en un cuaderno arrugado.
En mi sueño fui capaz de sentir su pena y su rabia, y me di cuenta de que su vida era muy dura. Pero también le vi reír y jugar en medio de la arena con sus amigos, le vi cantar y bailar con todo el pueblo alrededor de una hoguera, vi cómo se divertía y vi el cariño con que sus padres le trataban.
Allí Muley era también feliz. Al despertar supe lo que era sentir esa mezcla de emociones que mi amigo sentía. El verano pasó muy lento para mí y muy rápido para Muley, y antes de lo que esperaba llegó el día de la despedida.
Fuimos todos a acompañarle al aeropuerto y antes de unirse al grupo de muchachos con los que regresaba a su tierra, me dio un regalo: un pequeño amuleto que él siempre llevaba colgado al cuello. Yo le regalé un balón de fútbol y los dos nos abrazamos, mientras los monitores iban leyendo el nombre de cada uno de los chicos para comprobar que estaban todos.
Pronto se encontró con sus compañeros y se puso a hablar en su idioma, y comprendí la alegría que sentía al encontrarlos, pero también sentí su pena por tener que dejarnos. Le dije adiós con la mano hasta que, por fin, desapareció por un pasillo.
A menudo me acuerdo de Muley y cuento los días que faltan hasta el regreso del amigo que tengo en Tinduf, la ciudad de la arena.
 
Begoña Ibarrola

3 comentarios:

  1. Que bonita es la amistad,sentimientos puros y verdaderos,sin condiciones,sin intereses.
    amistad libre,amistad vive.
    Te quiero amigo mio.

    ResponderEliminar
  2. DEL SABIO REFRANERO ESPAÑOL: QUIEN TIENE UN AMIGO, TIENE UN TESORO.
    ES CIERTO.
    PERO TAMBIÉN ES CIERTO QUE POCAS VECES APRECIAMOS Y CONSIDERAMOS A NUESTR@S AMIG@S COMO SERES QUE NOS ACOMPAÑAN, NOS CUIDAN Y NOS QUIEREN.
    NO ES LO MISMO TENER UNA AMISTAD, QUE CONSERVAR UNA AMISTAD, NI SOSTENER UNA AMISTAD.

    ResponderEliminar
  3. Bos días!!
    Desde luego, mi experiencia personal me dice que tener un amigo es algo más que alguien en quien confiar, alguien que te ama, alguien que está a tu lado en los momentos buenos y en los momentos malos, alguien que te reconforta...
    También es el respeto.
    También es la sinceridad.
    Y claro, siempre hay que estar dispuesta a "soltar" cuando el amigo va y viene... viene y va...
    No... no es nada fácil...
    Nada fácil...
    Nada fácil: hay que suplir ese vacío con lo que sea y aún así, seguir viviendo con ese resquicio de tristeza por la ausencia.
    Biquiños muy agarimosos!!

    ResponderEliminar