El bufón del rey hacía tantos juegos de palabras que el rey, desesperado, le condenó a la horca. No obstante, cuando los verdugos se llevaron al bufón al cadalso, el rey, pensando que después de todo no era nada fácil dar con buen bufón, se echó atrás y envió un mensajero con el perdón real.
El mensajero llegó al cadalso justo a tiempo, y allí estaba el bufón, ya con la soga al cuello, y leyó el decreto real. Pero para que el bufón fuese perdonado debía prometer que nunca volvería a hacer otro juego de palabras. El bufón no pudo resistir la tentación, y canturreó: "Si no horca, me bailo una polca". Y le colgaron, claro.
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