A finales de la década de 1960, Stanley Milgram, un psicólogo de la Universidad de Yale, realizó una serie de estremecedores experimentos sobre la obediencia. Demostró así cómo una situación puede imponerse a la conciencia individual de una persona. Sus hallazgos han servido para explicar las grandes atrocidades de nuestra época: el Holocausto, la matanza de My Lai y el genocidio de Ruanda.
Milgram extrajo a los sujetos de su experimento de todos los estratos sociales: abogados, bomberos, obreros… Todos aceptaron cobrar 4,5 dólares por hora a cambio de participar en un estudio sobre aprendizaje y castigo. Un médico con bata blanca les conminó a actuar como “profesores”; debían leer una lista de palabras que un “alumno” debía asociar con otras desde otra habitación en la que no se le podía ver pero sí escuchar. Si el alumno se equivocaba, el profesor debía castigarlo con una descarga eléctrica, cuya intensidad iría incrementando con cada respuesta incorrecta. El primer nivel estaba catalogado como “descarga leve de 15 voltios”. El último, como “peligro, descarga fuerte de 450 voltios”.
El verdadero experimento consistía, por supuesto, en ver qué nivel de castigo estarían dispuestos a administrar. A los 180 voltios, el alumno (en realidad, un actor) gritaría para decir que no podía soportar más el dolor. A los 300, se negaría a seguir con el experimento. A los 330, sólo habría silencio. Para sorpresa de Milgramn, el 65% de los sujetos llegó hasta el final, los 450 voltios, aunque se les dijera que el alumno tenía problemas de corazón. Muchos parecían muy alterados (sudaban mucho, se mordían los labios), pero instigados por el experimentador de bata blanca continuaron pese a sus escrúpulos morales.
El hallazgo de Milgram horrorizó a la comunidad científica de los años sesenta, tanto por sus cuestionables métodos éticos como por sus terribles resultados. Pero su investigación demostró a las claras como gente normal puede ser inducida a cometer actos inhumanos simplemente por la presencia de una figura de autoridad. Milgram descubrió también que cuanto mayor fuera la distancia psicológica del sujeto respecto de su víctima, más probable era que siguiera las órdenes hasta un final fatal. Si el profesor sólo leía las preguntas pero no administraba las descargas, el 90 concluía el experimento; pero si tenía que tocar al alumno para castigarlo, sólo el 30% llegaba hasta los 450 voltios.
Boas noites, Roberto!!
ResponderEliminarVaya!!
No tenía ni idea del contenido de ese experimento!!
Tampoco tenía ni idea de lo vacío que puede ser el ser humano, a la hora de justificar lo injustificable!!
No sé... la verdad es que me ha dejado de piedra!!
Qué se pretendía con ese experimento??... justificar el holocausto nazi??... (sí ya sé que la denominada "santa inquisición, no fue más "bonita")... justificar matanzas, guerras, genocidios??
No juzgo abiertamente el experimento...
Sí juzgo el hecho mismo, íntimo, de querer demostrar lo indemostrable...
O eso me parece a mí........
Qué pena malgastar la sabiduría de ese modo!!
Biquiños atlánticamente agarimosos!!