Un joven predicador cogió cien mil dólares de la caja fuerte de la iglesia y los perdió jugando en la bolsa. A continuación le dejó su hermosa esposa. Lleno de desesperación fue hacía el río, y estaba a punto de tirarse del puente, cuando le detuvo una mujer que lleva un abrigo negro, con una cara arrugada y el pelo gris greñoso.
-No saltes -dijo con voz áspera-. Soy una bruja, y te concedo tres deseos ha cambio de que hagas algo por mí!
-No hay nada que pueda salvarme -contestó él.
-No digas tonterías -aseguró ella, ¡Alakazam! El dinero vuelve a estar en la caja de la iglesia. ¡Alakazam! Tu esposa está esperándote amorosa en casa. ¡Alakazam! ¡Ahora tienes doscientos mil dólares en banco!
-¡Pero que maravilla! -balbuceó el predicador- ¿Qué tengo que hacer por ti?
-Pasar la noche haciéndome el amor.
Pensar en dormir con aquella vieja bruja desdentada resultaba repelente, pero valía la pena, así que fueron a un motel cercano. Por la mañana, una vez pasada la ordalía nocturna, el sacerdote se hallaba vistiéndose para regresar a casa cuando el cardo borriquero que seguía en cama le preguntó:
-Dime cariño, ¿qué edad tienes?
-¡Tengo 42 años! -contestó él- ¿Por qué?
-¿No eres ya un poco mayor para seguir creyendo en brujas?
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