A Rabiya la acompañaba un místico sufí. Se llamaba Hassán. Este hombre debía haber escuchado la frase de Jesús: "Llama y se te abrirá. Pídelo y se te dará. Busca y lo hallarás". Así que cada día, en sus oraciones matinales, en las de la tarde, en las vespertinas, las nocturnas -los musulmanes rezan cinco veces al día-, le decía a Dios: "Estoy llamando muchísimo. ¿Por qué no se ha abierto todavía? Me estoy rompiedo la cabeza contra tu puerta, Señor. Ábrela".
Un día, Rabiya le escuchó. Y también un segundo día. Y un tercero. Luego le dijo: "¿Cuándo mirarás Hassán? La puerta está abierta. No dices más que tonterías: "Estoy llamando, estoy llamando", y la puerta lleva abierta desde siempre ¡Mira! Pero estás demasiado ocupado con tu llamar y preguntado, deseando y buscando, y no puedes verlo. La puerta está abierta".
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