El gran escritor griego Nikos Kazantzakis cuenta que, cuando era niño, se
fijó en una crisálida adherida a un árbol, donde una mariposa se preparaba
para salir. Esperó algún tiempo, pero como estaba demorando mucho, decidió
acelerar el proceso. Comenzó a calentar la crisálida con su aliento. La
mariposa terminó saliendo, pero sus alas aún estaban amarradas y terminó por
morir poco tiempo después.
“Era necesaria una paciente maduración hecha por el Sol, y yo no supe
esperar”, dijo Kazantzakis. “Aquel pequeño cadáver es, hasta hoy, uno de los
mayores pesos que tengo en la conciencia. El me hizo entender lo que es un
verdadero pecado mortal: forzar las grandes leyes del Universo. Es preciso
paciencia, aguardar la hora exacta y seguir con confianza el ritmo que Dios
escogió para nuestra vida”.
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