Descorché la botella y no salieron burbujas. El gas que debería contener no fluyó libre. No sé si es que ya no tenía ganas o si, simplemente, las ganas de libertad eran tan débiles y el miedo a lo que pudiera descubrir fuera tan grande, que no merecía la pena salir.
El asunto es que debería de salir. Debería, porque fuera es primavera.
A la mayoría de nosotros no tiene que inquietarnos la posibilidad de ser comidos por las ratas por muy grandes que estas sean.
Debemos salir. Abrir el corazón, los ojos y la mente y dejar penetrar, tanto la luz, como el pensamiento.
Puede que seamos como máquinas costosas de las que cabe esperar que el trabajo extraordinario que llevamos a cabo antes de quedar obsoletos o inútiles, repongan el capital invertido.
Pero las cosas las podemos girar, voltear y rodar sin llegar al mareo. Ni tan siquiera, tenemos porque atravesar el vértigo.
Entonces, ¿por qué no ser escultores de nosotros mismos e ir moldeando nuestras formas?
Adentrémonos en el bosque y al llegar al cruce elijamos. Pero recordemos, elijamos, ya que la diferencia entre elegir y no hacerlo es, en realidad, muy grande. Se trata de la diferencia entre el océano y el regato.
Roberto Carlos Sande Barcia.
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